No le gusta escuchar los mensajes de voz dentro del recinto. Ni siquiera allí, en la sala donde se cambia de ropa y recoge sus cosas. Son parte de su vida privada y es importante mantenerlos fuera de las paredes del hospital. Pero está demasiado cansada y sabe que olvidará escucharlos al llegar a casa. Mira alrededor: no hay nadie, es la última en irse. Así que se encoge de hombros frente al espejo y pone el altavoz para escucharlos. 

El primero es escueto, sin inflexión. Como si alguien leyera un telegrama. Como si alguien lo hubiese desinfectado primero.

«Hola. Ha llamado la terapeuta. Necesita cambiar la hora de la sesión que tenemos la semana que viene. Te mando por email su disponibilidad y la mía y eliges».

[…] Jot Down Cultural Magazine Leer más