Si se piensa fríamente, resulta todo un anacronismo que el visionario H. G. Wells utilizara algo tan rudimentario como la pluma y el papel para dar forma a su imaginario futurista. Siendo un hombre de su tiempo, y preocupado por las nuevas tecnologías, sin duda era el cinematógrafo el medio más hachegewellsiano que existía a principios del siglo XX para materializar esos mundos imposibles que el autor de La máquina del tiempo (1895) tenía en su cabeza. De hecho, muchas de sus obras literarias han sido trasladadas con éxito a la gran pantalla, como La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) o La guerra de los mundos (1897).

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